A lo largo de los años, el llamado «Efecto Mozart» ha captado la atención de padres, educadores e incluso legisladores, prometiendo que escuchar música clásica puede aumentar la inteligencia. Pero ¿qué hay de cierto en esta afirmación? Vamos a explorar los orígenes de este mito, la ciencia detrás de él y lo que realmente sabemos hoy.
El origen del mito
El «Efecto Mozart» nació en 1993, cuando los investigadores Frances Rauscher, Gordon Shaw y Catherine Ky publicaron un estudio en la prestigiosa revista Nature. En el experimento, un grupo de estudiantes universitarios escuchó la Sonata para dos pianos en re mayor, K. 448 de Wolfgang Amadeus Mozart antes de realizar una prueba de razonamiento espacial. Los resultados mostraron una mejora temporal en su desempeño, que desaparecía después de unos 10-15 minutos.
Aunque los autores nunca afirmaron que la música de Mozart aumentara la inteligencia general, los medios de comunicación simplificaron y exageraron los hallazgos, popularizando la idea de que escuchar música clásica podía hacernos «más inteligentes». Esta narrativa se expandió rápidamente, y en algunos lugares, como en el estado de Georgia (EE. UU.), incluso se distribuyeron CD de música clásica a las familias de recién nacidos.
Qué dice la ciencia realmente
Desde 1993, numerosos estudios han intentado replicar el «Efecto Mozart» con resultados variados. La mayoría de las investigaciones coinciden en que no existe una mejora permanente de la inteligencia asociada con escuchar música clásica. Lo que sí se ha observado es lo siguiente:
- Aumento temporal del rendimiento cognitivo: Escuchar música agradable (no solo Mozart) puede mejorar el estado de ánimo y la activación cerebral, lo que puede facilitar un mejor desempeño en ciertas tareas cognitivas.
- Estado de ánimo y atención: La música que disfrutamos tiende a ponernos de mejor humor, lo que nos hace más receptivos y enfocados. Este efecto no está limitado a la música clásica.
En 1999, una revisión sistemática dirigida por Christopher Chabris analizó 16 estudios sobre el tema y concluyó que las mejoras eran pequeñas, específicas del razonamiento espacial y no duraderas.
¿Por qué sigue siendo tan popular?
El mito del «Efecto Mozart» persiste porque conecta con el deseo humano de encontrar soluciones rápidas para problemas complejos como la educación y el desarrollo infantil. También refuerza la idea romántica de que la música clásica, por su sofisticación, tiene propiedades casi mágicas.
Además, muchos padres y educadores adoptaron la idea porque parecía una forma sencilla de ayudar a los niños a desarrollar su potencial. Este fenómeno fue respaldado por campañas de marketing, libros y programas educativos que perpetuaron la noción de que escuchar música clásica podría mejorar la inteligencia de los niños.
Beneficios reales de la música
Aunque el «Efecto Mozart» como mito ha sido desmentido, eso no significa que la música no tenga beneficios importantes:
- Desarrollo cognitivo: Aprender a tocar un instrumento musical sí está relacionado con mejoras en habilidades como la memoria, la atención y la coordinación motora.
- Estado emocional: La música puede reducir el estrés, mejorar el estado de ánimo y facilitar la concentración.
- Estimulación auditiva: Escuchar música diversa puede enriquecer el desarrollo sensorial, especialmente en los niños.
Conclusión
La música es maravillosa. Peeero… el «Efecto Mozart» no aumenta la inteligencia ni garantiza un mejor desempeño académico. Lo que sí hace es recordarnos el poder de la música para influir en nuestro estado emocional y concentración, un beneficio que puede aplicarse a cualquier género musical que disfrutemos. Así que, aunque escuchar a Mozart no te convierta en un genio, nunca está de más disfrutar de su genialidad para alegrar el día.
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Referencias
Estudio original del Efecto Mozart
Rauscher, F. H., Shaw, G. L., & Ky, C. N. (1993). Music and spatial task performance. Nature, 365(6447), 611.
DOI: 10.1038/365611a0
Revisión sistemática de Chabris
Chabris, C. F. (1999). Prelude or requiem for the ‘Mozart effect’? Nature, 400(6747), 826-827.
DOI: 10.1038/23608
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